Micofilia, biofilia y el amor a la transformacion
Micofilia, Biofilia y el amor a la transformación
«Las hojas, los palos tienen muchos nutrientes para el
suelo… si hay muchas hojas, palos y kuxum (hongos), va a haber más maíz… el
suelo se recupera más rápido». Pueblo Lacandon
La rusa y
etnomicologa Valentina Pavlovna Wasson realizo uno de los mayores aportes de
consciencia sobre el Reino Fungi: muchos pueblos de occidente poseen un raro
padecimiento cultural llamado “micofobia”, es decir, poseen un temor infundado
hacia este reino que provendría del sesgo demonizador católico desde tiempos de
la inquisición. Este termino estaría también aplicado a todo tipo de hongos
comestibles o no comestibles.
Cuando los misioneros católicos entraron en contacto con los
Meshikas y Mayas, se horrorizaron al ver cómo estos consumían hongos de todo
tipo, incluso enteógenos para entrar en contacto con lo divino. Rápidamente, la
Iglesia católica asoció el consumo de estas medicinas con la brujería y el
pecado.
Esta prohibición hizo que el uso mágico, religioso y
medicinal del hongo, fuera conservado y practicado de forma secreta hasta
mediados del siglo pasado. Incluso con la llegada del lenguaje castellano,
ocurrió un tipo de sincretismo religioso en el cual hongos como el Psilocibe
Cubensis tomo el nombre equivalente al San Isidro, el santo de los milagros
pluviales o hacedor de lluvias. Hoy dia, al menos en Mexico existe un uso legal para aquellos con descendencia y tradicion del legado aborigen.
Para los Meshikas tenían una relación con Tláloc (Dios de
las aguas verticales), sin embargo, "el santo patrono de los hongos era el
dios Nanacatzin, la deidad prehispánica que hacía brotar por la noche tales
inflorescencias de la tierra humeda”. Tambien fueron asociados a Piltzintecuhtli
(del náhuatl: piltzintecuhtli ‘señor niñito’) (pilli, ‘niño’; tzintli,
‘diminutivo’; tecuhtli, ‘señor’) que en la mitología mexica representa al dios
de los temporales, del sol naciente y las plantas enteogenas, especialmente de
los hongos divinos. Por ello fueron tambien llamados Apipiltzin, “pequeños
hijos de las aguas”.
Gracias a la memoria cultural e histórica de estos pueblos
como los chinos, rusos y mesoamericanos, tenemos suficiente información para
perder el temor irracional a estos hongos comestibles y enteogenos. Incluso hoy
sabemos que le mítico hongo Amanita Muscaria, tiene grandiosas propiedades si
es utilizado de forma consciente en microdosis.
Una pregunta que cabría realizarnos en relación a los hongos
enteógenos también seria:
¿acaso les tememos porque podría acontecer una transformación
de nuestra psique neurótica?
¿acaso podrían transformarse nuestras creencias mas
arraigadas y caer todas nuestras banderas?
¿acaso podrían cambiar nuestro vínculo con la muerte y con los duelos?
Quizás a través de estos hongos podríamos comprender mejor
el concepto de “Biofilia” propuesto por Edward Wilson como “el impulso de
asociación que sentimos hacia otras formas de vida". El humano se relacionó de
una manera tan estrecha con su entorno, creando así una necesidad emocional
profunda de estar en contacto íntimo y constante con el resto de los seres
vivos, ya sean plantas, hongos o animales.
La desconexión con la tierra nos ha apartado de una relación
más integradora de estos elementos como aliados en la transformación humana.
Tambien la biofilia nos invita a responder a otra manera al
modelo germofobo pasteuriano, el cual fue experimentado por muchos seres en la
pasada pandemia.
Quizás solo observando a los hongos, como prestadores de un
servicio ecosistémico y como catalizadores de la regeneración y la fertilidad
de la selva y los bosques, podríamos responder al llamado del “biomimetismo” y
recuperar como seres “micorrizas”, nuestros suelos y cuerpos dañados.

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